La semana pasada, tan fresquita, ha venido muy bien para
refrescar a mis pobres plantas y coger un poco de aire. Así los pimientos
siguen creciendo, ya he tenido que atarlos, pero de momento sin flores a la
vista, pero también sin casi pulgón[1].
Los calabacines, que comparten mesas con los tomates este año
van más lentos, quizás agobiado por el exceso “tomatil”, ya veremos cómo
evolucionan pero de momento ni una flor amarilla alegra el frondoso fondo
verde.
Con estos días más frescos, los tomates frenaron su loco
crecimiento y van más despacio, lentos pero seguros. El espacio en que los
tengo confinados es escaso, por lo que se ven obligados a ser muy competitivos,
y los más lanzados ya han alcanzado el
techo por lo que me he visto obligada a cercenar su crecimiento. Espero que
ahora comiencen a densificar por abajo.
Este año parece que hemos tenido más visitas “polizinadoras” y
las flores de los tomates acaban siendo tomates (ya hemos comido alguno, por
cierto muy sabroso). El año pasado muchas veces se quedaban en eso, en flores
de tomate. A principios de temporada estuvo pletórica una lavanda colocada
cerca de ellos, y yo creo que se habituaron a venir por aquí múltiples
abejorros, abejas, avispas, mariposas, …, el resultado es que este año se veían muchos
visitantes alados por la huerta por suerte para mí que pude descartar la única
idea, y estrafalaria solución, que se me ocurría: estaba
barajando la posibilidad de tener que acceder a técnicas del siglo XXI y confiar
la polinización a drones. Diversos centros como la de Universidad Politécnica
de Varsovia[2] o
el Instituto de Ciencia y Tecnología Industrial de Japón[3]
ya han experimentado con pequeños drones para que cumplan con estas funciones,
pero de momento todavía no son más que prototipos, así que para tranquilidad de
mis vecinos no tendré de momento enjambres de drones pululando por la huerta y
mis oídos podrán recrearse tranquilos en el vuelo del moscardón[4].
[1] El sábado pasado una
mariquita se posó sobre el brazo de mi Ayudante de Huerto, el cual encantado me
la trajo a la huerta y la pusimos sobre una de las plantas de pimiento con un
poquito de pulgón. Al principio, muy asustada, no hacía nada pero rápidamente
empezó a recorrer las hojas de forma sistemática. A la mañana siguiente ya no
estaba pero tampoco el pulgón. En fin, tendré que acostúmbrame a ser un
B&B, sólo espero que se corra la voz de mi excelente trato.
[4] El vuelo del moscardón, o del abejorro (con un frenético ritmo que
requiere de manos habilidosas), es un interludio orquestal de N.
Rimsky-Korsakov (1884-1908) para la ópera El
Cuento del Zar (1889-90) basada en un poema del ruso A. Pushkin (1799-1837)
considerado fundador de la literatura rusa moderna y que influyó en escritores
y compositores.
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