Está visto que al igual que las bicicletas son para el verano[1], las huertas no son para
el invierno. Mis plantas siguen aletargadas como si se hubieran pinchado con la
rueca del hada malvada[2] y parece que van a
descansar durante mil años. De momento la tierra las cobija pero la semana
pasada, ante la ola de frío siberiano (denominación de origen de la última ola
fría que nos asoló) su cuidadora, es decir yo, me he planteado entrar en acción
y modificar los rigores que sufren. Así que voy a experimentar con botellas de
plástico de agua, envases de plásticos varios y frascos de cristal de conservas
para lo ya plantado en las mesas de huerta, mientras que con las semillas
seguiré usando las socorridas hueveras de plástico.
Sólo me fastidia de esta idea el hecho estético (ya se sabe lo
tiquismiquis[3]
que somos los que padecemos el síndrome del esteta), la verdad es que si todos
los frascos fueran iguales, la “cosa” quedaría más estética, pero bueno, de
momento esto es sólo un experimento y si va bien, ya conseguiré hacerme con una
colección de tarros iguales (en esto cuento con la inestimable ayuda, una vez
más, de mi ayudante de huerto, al que si le planteó esto hará un “gran
sacrificio” y estoy segura que me conseguirá una colección completa de tarros,
eso sí, siempre que sean de algún producto alimenticio que le guste). Y que
conste que todo esto lo haré mientras espero conseguir un hermoso invernadero,
que ya puestos a ello me gustaría que fuese similar, en forma y tamaño (no hay
que ser cutre a la hora de soñar y desear) a los invernaderos victorianos como
los que hay en el Real Jardín Botánico de Kew (Reino Unido)[4].
[1] Las bicicletas son para el verano (1977, Premio Lope de Vega ese
mismo año), obra teatral de Fernando Fernán Gómez (1921-2007), escritor, actor
y director, donde recoge sus recuerdos infantiles de la Guerra Civil.
Posteriormente J. Chávarri la llevo con éxito al cine en 1984, y ha sido
representada varias veces en el teatro, e incluso en una versión radiofónica
emitida por la SER en julio de 2011.
[2] En La Bella Durmiente del Bosque, la
princesa cae en un encantamiento al pincharse con la rueca tras una maldición
del hada malvada que no había sido invitada al bautizo; ya se sabe que los
dioses y las hadas son muy rencorosos y tienen mal perder. El cuento es de
procedencia oral y se conocen versiones desde 1634; sin embargo, las versiones
más conocidas son las de C. Perrault y la de los Hermanos Grimm, los grandes
creadores de cuentos. Su popularización llegó de la mano de W. Disney en 1959.
[3] Aunque parezca que me
he inventado la palabreja no es así, según parece viene de una deformación del
latín medieval y se sabe que fue usada por Cervantes en 1615, según San Google
en un capítulo del Quijote dedicado
en e que narra el episodio de Grisóstomo y Marcela. Sin embargo, en las ediciones
que he consultado no lo he encontrado, la palabreja digo.
[4] Kew Gardens o Real
Jardín Botánico de Kew consta de 120 hectáreas con enormes invernaderos. Allí se
realizó la primera gran estructura de hierro fundido y cristal, The Palm House,
construida entre 1841 y 1849 y diseñada por el arquitecto D. Burton y el
fundidor R. Turner. En la actualidad, además de sus primorosos jardines e
invernaderos, desarrollan diversos proyectos como el de Banco de Semillas o
la Francis Rose Reserve (primera reserva
de naturaleza dedicada a musgos, hepáticas, líquenes y helechos en Europa). Os
dejo el enlace para que disfrutéis: